jueves, 11 de enero de 2007

'MENTES EN BLANCO' Y 'BABEL'

Son los títulos de las dos últimas películas que he visto en el cine. La verdad, no me ha gustado ninguna y diré porqué. 'Mentes blanco' arranca con una premisa estupenda: cinco hombres encerrados en una vieja fábrica convertida en garito de gángsteres despiertan con amnesia y sin recordar quién es quién. Raptores y cautivos se entremezclan y deben averiguar a qué bando pertenecen antes de que el resto de la banda llegue para matar a los secuestrados, es decir, a cualquiera de ellos. ¿Cuál es el problema? La dosificación de la información y la mmaldita manía que les ha entrado a los directores de meter efectitos por todos lados. Tienes a cinco actores estupendos, ¿por qué no dejas que se vea su interpretación? Cámara va, cámara viene, un flash por aquí, flashbacks borrosos con la imagen desaturada y mucho contraste... ya aburre. Y sin embargo la dosificación de la información está mal planteada: por un lado comete el error de salir de la fábrica para explicarnos lo que hace el resto de la banda. Con eso consigue dos cosas: la primera es que al ver al malo, ya no tenemos que imaginárnoslo, y como el personaje no es tan tétrico como debería, pierde fuerza. La segunda es que al sacarnos de la fábrica, la sensación de claustrofobia que podía haber obtenido se esfuma. ¿Conclusión? La amenaza que pende sobre ellos no es lo suficientemente potente como para mantener atrapado al espectador. Por otro lado las relaciones que se crean entre los personajes resultan forzadas, con reacciones sacadas de tono y constantemente intercaladas de flashbacks y recuperaciones de memoria milagrosas que no ayudan a la verosimilitud de la historia. En definitiva, una buena idea que hace aguas.
El caso de 'Babel' es distinto. Lo que yo creo que pasa con 'Babel es que a lo largo de las dos horas y cuarto que dura hay numerosas secuencias que resultan excesivamente explicativas. Secuencias que en principio están bien dirigidas y bien planteadas, Daniel Monzón las alarga en exceso. Esto conduce a que, si bien hay momentos de la película en los que la trama me resultó interesante, hay otros en los que me aburrí y me puse a mirar a la gente que se sentaba a mi alrededor. No puedo decir nada malo de ninguna de las historias que se entrelazan en esta cinta (salvo que los únicos que consiguen resolver sus problemas son la pareja americana: el resto, jodidos, como la vida misma). Es simplemente que el ritmo, que no la velocidad, falla porque la relación 'cantidad de información/tiempo' está desproporcionada. No porque los silencios o los momentos en los que nada sucede quieran decir algo, como en el cine de Antonioni, o el de Bergman, sino porque lo que cuenta en esos momentos ya lo ha contado antes. Por ejemplo: ¿es necesario que la señora mejicana vaya y vuelva al mismo sitio con los niños para luego dearlos y salir a buscar ayuda? Con la segunda me bastaba. Otro: ¿cuanto tiempo tenemos que estar en la discoteca con la japonesa sin sonido para saber que no oye? ¿Y por qué aguanta tanto rato de psicodelia lumínica hasta ver que el chico ha elegido a otra como compañera de refriegas? Regla número uno del montaje: si no hace avanzar la historia, al cesto. El efecto del soido ya lo hizo Polanski en 'El pianista', pero sólo una vez, no veintisiete. En definitiva, la primera me decepcionó, la segunda me cansó, y ambas me aburrieron. De manera que tengo unas ganas terribles de ver 'Banderas de nuestros padres', de mi querido e idolatrado Clint Eastwood. La semana que viene os contaré.

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