domingo, 19 de noviembre de 2006

El verdadero significado de la lectura

Un libro determinado puede suponer tantas cosas distintas para cada persona que se me hace imposible aconsejar su lectura a nadie,como no sea que desee engrosar la lista de correligionarios a una misma causa..Para mí,tomar un libro y ponerme a leer,supone,en primer lugar,por encima de todas las consideraciones objetivas e inherentes al libro en particular,ese momento de aislamiento,de ausencia del "ello",que te machaca constantemente y,a veces,hace difíciles las relaciones con los demás.Es una de las pequeñas cosas que,sumadas a otras,producen placer y dan sentido a la vida.Es como escalar una montaña y llegar a la cima.La sensación de felicidad es tanta que te obliga a iniciar otra nueva escalada,otra nueva lectura.
Tras el primer significado simbólico de sensaciones que me produce la lectura, pasamos al análisis del libro en sí mismo.Ahí también puede haber distintas interpretaciones.¿Qué busco yo con la lectura?.¿Adquirir nuevos conocimientos?.¿Aventura?.¿Misterio?.¿Reflexión?.Todo es interesante y cada uno tendrá distintas preferencias.Por eso también se me hace difícil aconsejar a alguien tal o cual libro.Cuando yo hago una sinopsis y valoro una lectura lo hago en función de las sensaciones que me ha dejado por la riqueza de su vocabulario,por la sintaxis empleada,por el desarrollo de la historia que cuenta, según sea lineal o con ramificaciones confluentes y,naturalmente,también por la historia en sí misma.
Pero sigo sin estar seguro si me interesa más lo que cuenta o el cómo lo cuenta.No puedo aconsejarlo.Por eso,en su conjunto,lo valoro con un número dentro de una escala.Este número no pretendo extrapolarlo a los demás,es para mí.Ya se que el número es frío,impersonal,carente de alma,pero es limpio y ordena,no es subjetivo como la palabra.Y si,un día,con el paso del tiempo,el libro vuelve a caer en mis manos,no sólo recordaré la historia que cuenta.Fríamente podré recordar si lo vuelvo a leer o no.

1 comentario:

Kurro dijo...

Es cierto lo que comentas. Sin embargo a mí me sucede, además de lo que describes, alguna que otra cosa. Yo siento una cierta pulsión, una especie de atracción irrefrenable cada vez que veo un libro. Necesito saber qué hay en él con una urgencia desmedida que rayaría la avaricia por el saber. Lo ansío como el niño al que le ocultan un secreto. Con frecuencia lo que obtengo no es más que una terrible confirmación de lo inabarcable que resulta la experiencia, como dices tú, de la cantidad de montañas que quedan por escalar. Y se hace patente lo inevitable: que nunca podré subirlas todas.
Pero si leer resulta una experiencia inigualable se debe, entre otras cosas, a que alguien escribe. La aventura de leer es grande, pero aún lo es más la de escribir. Entre otras cosas porque primero hay que leer. El esfuerzo que se emplea en abordar la redacción de cualquier texto es muy considerable, y la mayor parte de él no suele verse reflejado en ninguna obra. Ni siquiera en las malas. Escribir una mala novela puede llevar un año entero de cabilaciones, esquemas, lecturas, borrones, vueltas atrás, bloqueos, cabreos y no sé cuantas cosas más.
Yo creo que los números diluyen todo ese esfuerzo. No se puede codificar la complejidad de un tema, los diálogos, la estructura, el tempo, las curvas de interés, la profundidad de los personajes, con sus contrapuntos, lo acertado de sus análisis, ... Es imposible. No sólo imposible. A veces también falaz, porque nuestra percepción, o por lo menos la mía, es variable. Libros que no me gustaron en un momento me han subyugado cuando cambió el contexto y mi disposición. Películas que en su momento no supe apreciar me han despertado nuevas sensaciones al cabo del tiempo. Y viceversa. Historias que en un principio pudieron seducirme, con el tiempo las he visto huecas, carentes de sentido.
Los números no captan todo eso. Historias mal escritas me han atrapado, y novelas bien escritas me han aburrido. ¿Qué está bien y qué está mal entoces? Una pregunta tan pedante como estéril. Pero es justamente ese relativismo el que me impulsa a leer tu opinión acerca de algo, ya sea un concierto, una película o un libro. No sólo porque me interese qué es para ti bueno y malo, sino porque si decido acercarme a un texto sobre el que tú hayas escrito algo, me gustaría poder compartir los elementos que te hayan golpeado, lo que te ha sacudido y lo que te ha seducido. Y también lo que te ha provocado rechazo. La lectura, por más que sea un acto individual, es en esencia un hecho social, que pone en contacto al escritor con el lector. El hecho comunicativo es por definición plural, y eso es algo que me encanta. Y me gusta compartir experiencias que hayan conmovido a alguien y que otros puedan compartir las mías. Quizás porque ingenuamente esto me hace sentir que hay algo que tiene cierto sentido sentido.
Por eso detesto los números. Y por eso me encantan tus análisis, pero aborrezco las calificaciones. Porque creo que banalizan algo que va mucho más allá de la sintaxis o la morfología de un texto pero que cuando se hace de forma honesta -como es tu caso- sí que suele asomarse, aunque pueda ser tímidamente, en los análisis: la experiencia vital. Porque supone un esfuerzo y los sentimientos que provocaron el libro suelen quedar atrapados entre las palabras que uno escoge para hablar de él. El número no evoca. Es plano y no deja ver tras él.
Y por eso lo digo: porque sé que como buen nietzscheano que eres, acabarás haciendo lo que te salga de las narices. Faltaría más.